En la
noche su bello canto hipnotizaba a su oyente, éste se enamoró de ella y de su
melodía a tal punto de desearla con fervor.
¿Cuánto estaría dispuesto a hacer
para obtenerla?
-La deseo, la deseo con desesperación
No le bastaba con verla desde lo lejos y decidió hablarle pero ni su charla lo calmó por completo.
Después de un tiempo se atrevió a
besarla con pasión pero su deseo iba más lejos que ése simple acto.
La tocó cada vez con más
vulgaridad y ésta cedió su cuerpo muy dócilmente, tal vez por amor, tal vez por
miedo.
Terrible error el de la bella
mujer al ceder pues éste cual animal abusó de su suerte.
Terminó su primera pesadilla y se
marchó gustoso, pero al igual que la droga, quería más y no le bastaba la
misma dosis.
La muchacha tenía miedo, se notaba en su tembloroso canto y él lo sabía, tal vez por eso la deseaba, porque su inocencia lo excitaba de manera enfermiza.
Sí!, él estaba enfermo, ella lo
había hecho así inconscientemente al haber accedido a hablar con él desde un
principio.
Abrió una puerta que debió
permanecer cerrada hasta su muerte tan sólo por conocerlo.
Ella se percató de su error y se arrepintió con severidad.
Trató de esconderse pero él
lograba encontrarla en cualquier lugar en el que ella estuviese, la conocía
demasiado para poder ser burlado tan fácilmente y es que sus ojos la delataban
al ser tan puros.
Enfureció.
No quería besarla, tocarla, o
abusarla, era la primera vez que no encontraba una respuesta a sus necesidades
y sin duda era eso lo que más le frustraba.
Cada vez que la observaba su
furia se incrementaba.
La quería conservar pero no veía
cómo.
Ésa misma locura lo conllevó a su
propio desquite, la tomó como la culpable de sus frustraciones y actuó con suma
severidad.
Tras noches de eternas golpizas
seguidas de abusos incontrolables quería suicidarse, pero era él quien no lo
permitía, no quería perderla de esa manera era su muñeca de trapo, su manto
descocido, algo a lo que él se había aferrado y nada habría de cambiar su
opinión.
El cuerpo adolorido y la mente afectada de la muchacha la trastornaron a tal punto de conseguir tendencias poco usuales, desde aruñar su piel dejando cicatrices visibles hasta golpear su cabeza contra la pared sin razón aparente.
Había enloquecido.
Él vio las marcas en su piel, y vaya que le agradó.
Repasó con sus dedos las heridas
de su amante volviéndolas a abrir, y así encontró otra manera de satisfacerse.
Pero como era de esperarse no
tardó mucho en cambiar de opinión.
Podrían imaginarse el cuerpo de
la mujer después de tanto tiempo, hasta su rostro reflejaba insanidad.
Frente a la estufa preparaba una olla de aceite para freír.
Sus movimientos dejaron de ser
acertados con el tiempo y no era de extrañarse si los objetos saltaban de sus
manos.
Es por eso que la misma olla se
columpió hacia ella dejando derramar una cantidad considerable en su mano.
Qué dulce olor desprendió
entonces la cocina!
Su alarido fue suficiente para
llamar al hombre y éste la vio sujetando su débil mano mientras se quejaba.
La tomó y observó con cautela.
Qué textura!
Qué aroma tan excepcional!
Acercó sus labios y los frotó
débilmente contra su piel quemada, una sensación diferente había despertado en
él.
Algo mórbido y retorcido
aguardaba en sus intenciones.
La lamió.
La tocó.
Y finalmente la besó.
Se volvió hacia la estufa y miró
el poco aceite que quedaba en la olla.
La observó, y ésta vez sabía
realmente lo que quería.
Fue hacia ella, acarició su
cabellera y besó su frente.
-Te amo -articuló
Se retiró nuevamente hacia la estufa y tomó la olla de aceite con ambas manos.
La miró por unos segundos y
sonrió.
Aventó el ardiente líquido sobre
ella y su piel no tardó en desintegrarse.
Presenció aquel espectáculo como
una oda a la belleza.
La tomó en medio de su
desesperación, y arrancó pequeños pedazos de carne con sus dientes mientras su
amada luchaba y se retorcía, pero ésta era la primera vez que su cuerpo
experimentaba el verdadero significado del éxtasis.
Tras haber consumido suficiente
se sintió realmente feliz.
Guardó el resto en pequeñas
bolsas de plástico en la congeladora y se retiró.
Pero la carne no le fue eterna y su complejo de magnificencia tampoco.
Con el tiempo, decidió dar un pequeño recorrido a la ciudad y fue allí donde encontró a su próximo amor...
Amaba y deseaba tanto a sus presas que las devoraba.
Pues prefería dejar el
romanticismo a las bellas novelas de Shakespeare,
Mientras él detonaba la máxima
expresión de amor consumiendo su felicidad.
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